sábado, 1 de septiembre de 2012

Oposición de sentimientos

Estaba feliz, tan feliz que pensaba que nada en lo absoluto podría arruinarlo. Senitía la felicidad arder en mi pecho con tal fuerza que hasta llegué a pensar que podía explotar. Pero esta idea no arruinó el momento. nada podía hacerlo.
De repente sentí unas ganas incontenibles de reir, y lo hice, rei como nunca lo había hecho, rei con fuerza, a carcajadas, con verdadera felicidad. La vista se me nublo y lagrimas cayeron al piso sordamente. Pero no eran lagrimas de tristeza , eran de un felicidad extrema, tanto, que hizo que mi cuerpo confundiera los sentimientos hasta el punto de hacerme llorar.
A mi alrededor las personas me miraban con una mezcla de verguenza ajena, susto e indignación. Yo no podía entender porque no reían conmigo, y les quería preguntar, pero no había forma de que parara de reir, nunca me habia sentido asi. Las personas comenzaron a amontonarse a mi lado a preguntarme si me sentía bien, otros se miraban entre ellos y negaban con la cabeza. Un grupo de personas intentó sostenerme, como si pensaran que me iba a desmayar. Pero yo no tenía pensado eso, yo queria disfrutar todo lo posible aquel sentimiento completamente nuevo para mi.
De la multitud vi salir a dos hombres vestidos completamente de blanco, que desencajaban con el paisaje oscuro que habia a mi alrededor. Los hombres, al ver que no podían controlarme, me inyectaron algo en el brazo, e inmediatamente todas mis emociones se esfumaron. No sentia absolutamente nada, mire a la multitud. No entendía porque la gente lloraba, que egoistas eran...
Los hombres me habían agarrado cada uno de un brazo y ahora me llevaban arrastrado hacia la ambulancia. Yo no opuse recistencia, y me di vuelta para ver por última vez la escena:
Las personas se abrazaban, lloraban, se miraban horrorizados. Sus caras desencajadas y nunca pude entender si lloraban por mi o por la muerte de mi padre.
jueves, 9 de agosto de 2012

La historia de un niño que dejo de amar…


Erase una vez un conejito de peluche que era feliz. Vivía con un niño que jugaba con él y acariciaba su piel grisácea y suave. Por las noches, lo abrazaba dulcemente bajo las sábanas de su cama y cuidaba de él como si fuera su propia vida. Los años iban pasando y el niño crecía y crecía, y aquel muchachito inocente, cariñoso y risueño había dejado paso a un adolescente rebelde y brusco.

Un día, los amigos del chico aparecieron por sorpresa y él, en un arrebato, lo cogió de las orejas y lo tiró dentro de un armario, como si se avergonzara de las huellas de su infancia.

Dentro del oscuro armario, el conejito notaba como le dolía la herida que tenía en su corazón de algodón, recordaba como el chiquillo, que tanto amor le había dado, lo había tratado tan cruelmente. Tantos momentos mágicos que habían pasado los dos juntos habían sido borrados en unos instantes. Sentía como parte de su interior salía fuera de su ser, tejidos de sentimientos desbocados salidos de la herida de la oreja por donde el chico lo había cogido tan bruscamente. Fuera se oían las voces y gritos del chico y sus amigos que hablaban a la vez.

Pasó mucho tiempo, tal vez horas, meses o quizás años, hasta que el armario se volvió a abrir. Apareció una mujer de piel bronceada que jamás había visto, lo cogió en brazos con expresión triste. Busco el costurero y comenzó a coserle la oreja dejándolo como antes. Cuando acabó le dio un baño, tratándole con sumo cuidado, lo seco y lo cepillo con esmero, y finalmente lo perfumó con una fragancia muy suave.

Lo volvió a coger y lo llevó a otra habitación donde estaban un hombre y un bebé. El conejito reconoció al hombre de inmediato, era el niño que tanto lo había querido que se había hecho mayor. Este cogió al bebé en brazos, una niña de piel morena, igual que la de la mujer, y de cabellos castaños, igual que los del hombre. La mujer sonreía, radiante, mientras decía "María, mira a tu nuevo amigo". La mujer entregó el conejito a María que lo miró con una expresión de sorpresa adorable y unos segundos después lo abrazó con sus manos delicadas y pequeñitas, el conejito sonrió por sus adentros.

Erase una vez un conejito de peluche que volvió a ser feliz...

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